
Pudiendo haber elegido infinitas formas para quedarse con nosotros, Jesucristo eligió en la última cena dejarnos su Presencia viva en una forma de pan, para recordarnos nuestra propia necesidad de ser alimentados por la Vida de Dios. Su presencia eucarística viene entonces a saciar nuestro hambre de Dios y nos nutre con nuevas fuerzas, consuelo, paz e innumerables bendiciones.
Acerquémonos con devoción, con ternura y adoración, para ser alimentados por esta presencia viva de nuestro Señor y Salvador, realmente presente en la santa Eucaristía.
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