Culminando con el tiempo de Navidad, la Fiesta del Bautismo del Señor celebra el misterio de la manifestación pública del Mesías. Es decir, Aquel que había nacido en Belén y se había manifestado a los pastores y a los sabios de Oriente, ahora ya como adulto se manifiesta públicamente inaugurando su ministerio como Mesías.
La escena en la cual esto sucede está cargada de simbolismos bíblicos y de prodigios celestiales: un profeta precursor que prepara al pueblo para su venida, el cielo que se rasga, el Espíritu Santo desciende en forma de paloma y la voz de Dios que se escucha desde lo alto.
Aquel que habló desde el Cielo, diciendo "Este es mi Hijo amado, escúchenlo" es también quien lo ungió con poder para comenzar su ministerio como Mesías. Desde ese momento, Jesús de Nazaret fue "Jesucristo", o sea, el Jesús ungido por el poder del Espíritu Santo. Es este mismo Espíritu quien hoy sigue manifestándonos a un Cristo Vivo. Es por la manifestación del Espíritu Santo en la Iglesia y en nuestras vidas que Dios sigue dándonos testimonio de su Hijo.
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