Así fue en el principio de los tiempos, hasta que por la envidia del diablo entró el pecado y la muerte en el mundo.
El Hijo de Dios se hizo solidario con nosotros y asumió en su propia persona toda nuestra vida, inclusive las tentaciones del diablo a las que a diario somos sometidos. Con su obediencia, Jesús restauró nuestra capacidad de obedecer a Dios
Presentémonos sin miedo a este combate sabiendo que, por la fuerza del Espíritu, seremos vencedores y alcanzaremos un nuevo nivel de superación personal y social
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