El Evangelio de este domingo nos resulta altamente provocativo: nos preguntamos cómo puede ser posible que Jesucristo haya reaccionado -aparentemente- de manera tan insensible ante las súplicas de una madre que le imploraba por las necesidades de su hija. En efecto, por dos veces no atiende su ruegos: primero parece ignorarla y luego parece hasta humillarla con comentarios de tipo racial.
Desde el corazón misericordioso de Jesús nos resulta imposible creer que ignore o humille a cualquiera que se acerque a Él. Sobre todo porque Él mismo aseguró "Quien venga a Mí, yo no le rechazaré".
Ocurre entonces que el Señor permite que esta mujer se acerque a Él pero en un progreso de purificación personal en donde no quede empañada la verdad, puesto que ella intentaba acercarse a Él para manipular su poder como si fuese un mago más que pasaba por esa tierra pagana. La humildad de su confesión y de su condición logró admirar a Jesús y obtuvo finalmente lo que tanto anhelaba. Jesús no permite ser manipulado, pero se permite conmover a través de un gesto sincero de humildad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario