Con la parábola de los viñadores homicidas Jesús les advirtió a quienes lo irían a crucificar que el Reino de Dios les sería quitado para darlo a un pueblo que produjera los frutos esperados por Dios.
Nosotros somos parte de ese Pueblo que Dios preparó y destinó para dar el fruto duradero y bueno. Su Presencia habita en medio de nosotros y su Gracia nos capacita para responder a su llamada.
Ser discípulo de Jesús supone responder a la llamada a la santidad, a una vida llena de Espíritu Santo, a una vida feliz. Tarea de purificación de todo discípulo será desterrar cualquier tipo de amargura que pueda instalarse en el alma a partir de alguna inquietud, alguna angustia o de haber perdido la paz. No podemos vivir amargados. Estamos llamados a estar siempre alegres.
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